¿Qué precio estás pagando por dejar de lado tus anhelos, tus sueños, tu vida? Y más importante aún, ¿Qué precio pagarías por tus decisiones? Acabo de ver por fin esta segunda película del realizador argentino Nicolas Gil Lavedra (Verdades Duraderas, 2011) y he encontrado un filme bien logrado en su narrativa visual adaptando el libro de claudia Piñeiro a la pantalla grande.

Las grietas de ]ara relata la historia de Pablo Simó, (Joaquín Furriel) un arquitecto en la cuarentena de años quien trabaja en un «estudio de arquitectura» como él lo llama, desde hace veinte años y vive frustrado por no poder realizar el proyecto de su vida. Conformándose sólo con dibujarlo y retocarlo. Además su matrimonio ha caído en la rutina y la relación con su hija adolescente no es la mejor. Está en la crisis de los cuarenta.

Pero algo más inquietante que su frustración, sus problemas familiares y sus deseos reprimidos por su compañera de trabajo, sale a relucir cuando la atractiva Leonor (Sara Sálamo) se presenta en el estudio Borla y Asociados preguntando por un tal Nelson Jara (Oscar Martínez). Tanto Pablo como su jefe Mario (Santiago Segura) y la socia Marta (Soledad Villamil) niegan conocerlo. Pero a medida que entramos en los recuerdos de Pablo, se va desmoronando junto con él, el entramado de mentiras que han armado.

Realizada en un estilo narrativo de thriller, la película trata de ser de un tono oscuro pero sólo por momentos lo consigue. Muy aparte de la trama, la película tiene aciertos visuales y de composición. Maneja algunas metáforas visuales muy bien logradas como aquella escena en donde se mira a Pablo y su mujer separados por un muro. Los personajes y las grietas y cómo evocan esa ruptura en la vida de Pablo.

Esto, junto con los movimientos de cámara necesarios para generar intriga y desconcierto son bien recibidos y ayudan mucho a la cinta. Sin embargo el personaje de Pablo no logra llevar al climax ese arco dramático que significa el punto de inflexión para el en la historia. Falta dramatismo, se nota contenido.

Lavedra quiere mostrar el lado oscuro de estos personajes pero se quedan en la superficialidad, ya que la historia se prestaba para explorar esa maldad inherente que llevamos los seres humanos y que sale a flote en situaciones como las de la trama. Pudo manejar un tono más siniestro en los personajes pero se queda en lo superficial y lucen demasiado desenfadados ante la situación que plantea la historia.

Creo que el mérito principal de la película es la creación adecuada de atmósferas y la narrativa visual que logra a través de la composición y movimientos en los encuadres que son responsabilidad de Sol Lopatin (Abzurdah, 2015), encargada de la fotografía y la música de Nicolas Sorín (Los que aman odian, 2017) que apoya con el tono.

Es el segundo largometraje de Lavedra y parece que va muy bien en sus propuestas. No es fácil adaptar una obra literaria, hay que sacrificar situaciones e incluso personajes. Sin duda tiene talento para el cine. No hay que perderle la pista.